La discreta pasión de un bibliógrafo

Por Guillermo Sucre

Hace ya más de una década, en un ensayo que inicialmente fue su participación en un coloquio, Pedro Gra­ses proponía un verdadero examen de las fuentes de la cultura venezolana. Examen que era a la vez llamado a nuestra conciencia cultural y búsqueda de los supues­tos básicos en que se funda toda historia del pensamiento. Decía entonces: «Estimo de toda urgencia hacer un alto en el camino, proceder a un examen de conciencia ge­neral. Preguntarse dónde están, por ejemplo, las colec­ciones de textos del pensamiento nacional; dónde pueden hallarse las compilaciones documentales de las piezas indispensables para la historia de la cultura; dónde está el acopio de las glosas y las ideas de quienes han reco­rrido los temas de análisis de las modernas humanidades; dónde, siquiera, los repertorios bibliográficos o los catá­logos de fondos bibliotecarios para asentar en firmes cimientos el trabajo en vía de superación”.

Todas estas preguntas encerraban no sólo una clara vi­sión de los problemas para formular los contenidos de la cultura nacional, sino también una suerte de progra­ma de acción. Ese programa, por supuesto, aún está vigente. Pero si alguien entre nosotros ha intentado realizarlo a plenitud es justamente Pedro Grases. In­tentado, decimos, sólo porque conocemos la modestia con que él ve su propia labor y porque sabemos tiene conciencia de lo que aún falta por hacer. Pero no se nos escapa que esta labor ha cristalizado ya en una obra impresionante.

Con la discreción cervantina que exalta en uno de sus libros y que rige también toda su vida, Grases ha sentado las bases de una historia de la cultura venezolana. Ha­bría que mencionar tan sólo las ediciones que ha reali­zado de las obras de Bello, Baralt, Codazzi, Roscio, las colecciones que ha dirigido como el Pensamiento Polí­tico Venezolano del siglo xix, los repertorios bibliográ­ficos y compilaciones que ha preparado, además de los ensayos y prólogos que ha escrito, para darse cuenta de este hecho. De manera que si alguna respuesta válida han tenido las preguntas que ayer se formulaba, esa respuesta no es otra que su propio trabajo de investiga­dor. Como buen maestro, hoy separado lamentablemente y no por propia voluntad de sus cátedras, Grases es de quienes enseñan con el ejemplo. La bibliografía completa de su obra, publicada en 1964, nos revela la magnitud de su tarea realizada totalmente durante los treinta años que lleva de permanencia en nuestro país. Más de ochen­ta libros y folletos, y más de cincuenta ediciones, com­pilaciones y prólogos, comprende su copiosa producción. Una obra así no puede pasar inadvertida. Si ya la can­tidad impone admiración, esta admiración se acrecienta por la calidad que encierra. No por azar, en un artículo escrito con admiración, Alone comparaba a Grases con José Toribio Medina, el gran polígrafo chileno.

Ambos tienen justamente en común el rigor intelectual y el vigor para las grandes empresas; las culturas de Chile y Venezuela han pasado por las manos de ambos. También en ese artículo, Alone esbozaba la tesis de la supremacía del documento sobre la simple intuición en lo que podríamos llamar la crítica erudita, de la que sería gran exponente el propio Grases. Ello es cierto pero en la medida en que los documentos son también me­táforas, es decir, piezas de convicción que arrojan ver­dadera luz cuando son vistas con la mirada de una imaginación totalizadora. Es lo que, en gran medida ha hecho Grases en sus investigaciones.

Pero más allá de sus virtudes intrínsecas, la obra de Grases tiene para los venezolanos una significación ejem­plar. Por una parte, se entronca con la tradición huma­nística de los Arístides Rojas, Adolfo Ernst, Manuel Landaeta Rosales, Marqués de Rojas, Key-Ayala y Ma­nuel Segundo Sánchez, entre los grandes estudiosos de la bibliografía nacional. Es decir, que la obra de Grases es profundamente venezolana, tanto por su temática como por su espíritu. Pero además esta obra es el mejor testimonio de que nada en la cultura es el producto de la improvisación. Contra esa tendencia nuestra a la “genialidad” (que, en fin de cuentas no es más que ignorancia), este trabajador fervoroso, ha opuesto el sen­tido del rigor. No dar saltos, no quemar etapas sin tener bases firmes, es uno de sus postulados. De ahí que exalte sobre todo “el trabajo lento resultado de la paciente meditación y la preparación sólida y madurada”. Por ello en su obra hay que admirar no sólo la inteligencia y la erudición, sino también la voluntad de sacrificio, el des­velo y el esfuerzo renovados. Sin ánimo de establecer comparaciones, el sentido de esta obra recuerda lo que proponía Ortega y Gasset en una carta juvenil a Unamuno: “Una de las cosas honradas que hay que hacer en España, donde falta todo cimiento, es desterrar, podar del alma colectiva la esperanza en el genio (que viene a ser una manifestación del espíritu de la lotería). Y alentar los pasos mesurados y poco rápidos del talento. Prefiero para mi patria la labor de cien hombres de mediano talento, pero honrados y tenaces, que la apa­rición de ese genio”. Es el camino que, a su manera ha recorrido y auspiciado Grases en nuestro país.

Hemos hablado de la bibliografía de Grases. Esta biblio­grafía se agranda año tras año. Y con títulos importan­tes. Entre los más recientes se encuentran Historia de la imprenta en Venezuela e Investigaciones bibliográficas. Ambos son el resultado de una dedicación tenaz. En el primero no sólo dilucida el origen de la imprenta en nuestro país, sino que estudia también todas las manifes­taciones de la imprenta desde la tentativa frustrada de Miranda hasta la caída de la Primera República. De manera que a través de este tema vemos cómo se desa­rrolla toda la aventura intelectual de la Venezuela que ya iniciaba el proceso de su liberación. El repertorio de impresos que se publica al final y las anotaciones del autor, dan a este volumen un valor mucho mayor. Pero quizá él no sea sino parte de todo lo que podría rendir Grases en este campo. Ya Agustín Millares Cario ha señalado que sólo un investigador como Grases, con todo el riquísimo material que ha acumulado, podría empren­der la historia y bibliografía de la imprenta en Vene­zuela. ¿No sería justo que, por parte de universidades e instituciones culturales del Estado, se le diera los me­dios materiales para realizar esta gran empresa?

En los dos volúmenes de Investigaciones bibliográficas se aprecia aún más la capacidad humanística de Grases. El título modesto no da la medida del valor intelectual del libro. Si bien lo rige el espíritu y el método del bibliógrafo en él está presente el pensamiento del ensa­yista y del historiador de la cultura. Ambas corrientes se conjugan en sus páginas, aunque en la parte final “Informes y ponencias”, se recogen textos que no tienen sino una importancia relativa. Por un lado, un conjunto importante de bibliografías o estudios sobre repertorios bibliográficos. Por otro lado, ensayos y estudios eruditos. Confesamos que esta parte es la que más nos interesa. Los textos sobre Juan Vicente González, la biblioteca de Miranda, la prosa literaria de Baralt, la libertad de im­prenta en el siglo xix venezolano, el Marqués de Rojas y Manuel Segundo Sánchez, el humanismo de Picón Salas, constituyen un verdadero caleidoscopio de nuestra cultura. Y entre estos textos destaca, no tanto por su escritura como por sus ideas, el estudio sobre la Gene­ración de Independencia, uno de los temas que Grases podría desarrollar como el inicio de una historia de nuestras ideas.

Estos dos libros revelan la precisión del trabajo de Pedro Grases. Y como lo recordaba Alone, citando a Valéry: “En crítica todo lo que es preciso es precioso”. Pero además revelan la discreta pasión por nuestro país que ha alimentado este gran bibliógrafo que, al mismo tiem­po, es un convencido humanista.

 

(En: Revista Imagen. Caracas, N° 25, del 15-30 de mayo de 1968).