Caracas, 13 de julio del 2009, Opinión, p/6, Diario 2001.
Carlos Alarico Gómez
Pedro Grases ingresa en la historia de las letras nacionales en el medio de dos grandes crisis: la Guerra Civil Española y la inestabilidad que se produjo en Venezuela a raíz de la muerte de Juan Vicente Gómez. Esta última crisis generó un proceso de cambios que fue impulsado por la positiva iniciativa del Presidente Eleazar López Contreras, a través de una política clara y bien definida destinada a la modernización del país, la cual alcanzó en corto tiempo superando las metas que se trazaron para atender la necesidad de educación del país. Para ese entonces la tasa de analfabetismo superaba el 80% y la situación de saneamiento ambiental era realmente trágica. Para llevar adelante sus propósitos, el nuevo mandatario buscó a las mentes más lúcidas y capaces con las que contaba el país y en materia educativa creó el Ministerio de Educación Nacional, redefiniendo la estructura del antiguo Despacho de Instrucción y designando para dirigirlo a profesionales de la talla de Alberto Smith, Rafael Ernesto López y Arturo Uslar Pietri.
Le correspondió al primero de ellos refrendar el Decreto de creación del Instituto Pedagógico Nacional, hecho trascendental en la historia de la educación venezolana, el cual fue dado a conocer el 30 de septiembre de 1936 y puesto en funcionamiento en los meses subsiguientes, contando entre su cuerpo profesoral la figura del joven educador Pedro Grases, quien había venido desde España como consecuencia de la más terrible crisis de su historia: La guerra civil. Esa hecatombe fratricida dio por concluido el experimento republicano iniciado en 1931, debido a la incapacidad de los líderes españoles que no supieron encontrar salida a sus grandes contradicciones, lo que permitió una polarización descomunal que trajo consigo la barbarie, la destrucción, la pobreza y la victoria del general Francisco Franco, que se convirtió a partir de 1939 en el Caudillo de España por la Gracia de Dios.
Grases huyó a Francia durante la guerra que asoló a su país. Tenía entonces veintisiete años, esposa, dos pequeños hijos, un título universitario y cien libros que logró salvar de los bombardeos a que era sometida su ciudad natal. Desde allí viajó a Venezuela en agosto de 1937, a bordo del navío Simón Bolívar, de bandera holandesa, residenciándose en Maracay en casa de un pariente de su esposa. Pocos días después se dirigió a Caracas para trabajar como vendedor en la Casa Blohm, pero su extenso curriculum como abogado, profesor y funcionario de la Alcaldía de Barcelona, España —en la que se desempeñó como Secretario de Carlos Pi Suñer, durante la época republicana— le permitieron obtener una audiencia con el Dr. Rafael Ernesto López, para entonces Ministro de Educación, quien lo contrató de inmediato para que formara parte de la nómina de profesores del recién creado Instituto Pedagógico Nacional.
Pedro Grases no sólo cumplió una destacada labor como docente a lo largo de cuatro décadas, contribuyendo en forma notable a la formación de cientos de profesores destinados a la docencia en educación secundaria. También contribuyó a la especialización de los mismos y a los estudios de orientación vocacional, pero en lo que más sobresalió fue en el notable esfuerzo y tesón con que se dedicó a la investigación bibliográfica, literaria, filológica e histórica, lo que le permitió —con la colaboración de sus discípulos y colegas— publicar 21 volúmenes de Obras en las que se destaca su invalorable aporte a dejar establecida la dimensión exacta del más grande escritor venezolano de todos los tiempos: Andrés Bello, cuyas creaciones sólo pueden ser comparadas con la de los más notables escritores de habla hispana, incluido Miguel de Cervantes. Gracias a don Pedro Grases los venezolanos volvimos a leer a pensadores como Juan Germán Roscio, Simón Rodríguez, Tomás Lander, Cecilio Acosta, Rafael María Baralt y tantos otros que permanecían en el olvido más lamentable.
Durante su larga y fructífera vida, Grases se hizo venezolano y aquí crió y educó a sus hijos. Apenas acumuló algunos ahorros procedió a invertir en la adquisición de un lote de terreno en las afueras de Caracas, en un sitio conocido como La Castellana, donde construyó su casa a la que puso el nombre de Villafranca Nº 9, en homenaje a su villa natal en la Provincia de Barcelona, además de dar a conocer que allí cabían todas las ideas. Permaneció en ese lugar hasta que culminó su tránsito vital el día 15 de agosto del año 2004. A este hombre insigne, venezolano integral, intelectual de amplia trayectoria, a la que Venezuela debe honrar y recordar como claro ejemplo para la nueva generación, se le debe honrar dándole su nombre a la calle Los Chaguaramos, donde vivió durante casi setenta años. Y la razón además de justa es lógica. La actual denominación no revela más que un pasado de árboles que si bien dignos de añorar, debería reflejar más bien el de un ser humano excepcional como Pedro Grases, que tanto hizo por la formación de cientos de venezolanos que por efecto multiplicador formaron a su vez a millones de jóvenes, erradicando el analfabetismo e inculcando el amor por el conocimiento en todos ellos. Como si hubiera sido poco este extraordinario legado al pueblo venezolano, donó también sus haberes bibliográficos a la Universidad Metropolitana, la cual honró su memoria dándole su nombre a la Biblioteca de esa casa de estudios. La decisión de asignar el nombre de Grases a la calle Los Chaguaramos la debe tomar el Concejo Municipal de Chacao. Señores concejales: ustedes tienen la palabra.