En: El País. – Madrid, España. 20 de agosto de 2004. Columna: Necrológica:
[1]Joaquín Roy
20 AGO 2004
El pasado domingo 15 de agosto, mientras los venezolanos acudían a las urnas para el referéndum revocatorio sobre Hugo Chávez, moría en Caracas Pere Grases i González, quien, a través su tenaz, honda, rigurosa labor, por falta de otra etiqueta, debe ser considerado como polígrafo por excelencia.
Grases nació el año 1909 en Vilafranca del Penedés y, después de licenciarse en Letras y en Derecho (1926-31) y doctorarse en Madrid, fue profesor de Cultura Árabe en la Universitat Autónoma de Barcelona.
Ejerció la abogacía y fue secretario particular del alcalde de Barcelona Carles Pi Sunyer durante la Segunda República.
En plena Guerra Civil se exilió, primero a Francia, y desde 1937 residió en Caracas. Su labor pedagógica dejó huella en decenas de instituciones culturales y universitarias de Venezuela, desde el prestigioso Instituto Pedagógico Nacional hasta contribuir a la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela. Aparte de llevar a cabo una tarea ensayística sin pausa, su contribución mayor se centró en desentrañar diversas ramas de la historia de su país adoptivo, desde el periodismo a la imprenta, la evolución del pensamiento y las letras.
El estudio de Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, al igual que conocimiento de la obra del chileno universal Andrés Bello, nunca fueron igual desde que Pere Grases produjo verdaderos hitos bibliográficos.
Cuantitativamente, su obra es tan ingente que en una primera recopilación publicada entre 1981 y 1998 por Seix Barral en Barcelona requirió veintiún volúmenes.
Su voracidad y profundidad de la lectura tenían un trasfondo bibliográfico que, al hacerse pequeño el anejo de su finca llamada significativamente Vilafranca, resolvió donar más de 65.000 libros (que llegó reunir parcialmente con un sistema de canje que tenía con centenares de intelectuales de medio mundo) para fundar la Biblioteca de la Universidad Metropolitana, que lleva justamente su nombre.
Entre los detalles, aparentemente anecdóticos, destaca el hecho de que, tras ejercer como profesor invitado en la Universidad de Harvard, se le ofreció quedarse como catedrático permanente. Grases, insólitamente, sorprendió al mundo académico decidiendo regresar a Caracas, porque creyó que allí estaba su obligación.
Sucesivos presidentes de Venezuela, intelectuales de altura, eruditos extranjeros y alumnos le pedían consejo frecuente, que siempre estaba dispuesto generosamente a regalar.
A menudo, al solicitarle sugerencias de lecturas sobre algún tema o figura, a un par de precisas muestras bibliográficas agregaba «el tercer libro», que el peticionario debía elegir. Con este sencillo método pedagógico conseguía el efecto multiplicador de su maestría e incitaba a la investigación y el esfuerzo personal.
Doctor honoris causa de diversas universidades, entre otras, la de Barcelona y Miami, fue recompensado con la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Cataluña.
Convendría que en Cataluña y España se le diera su nombre a una nueva universidad.
[1] Este artículo apareció en la edición impresa del viernes, 20 de agosto de 2004.
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