(Un joven migrante)
Por: Heraclio E. Atencio Bello
“Yo soy liberal, respetuoso de todo credo político,
porque no sé quién tiene la razón”.
PEDRO GRASES
A continuación, el breve resumen de la vida de un hombre digno, nacido por la voluntad de Dios, quien recogió lo que sembró en vida. Así mismo hago constancia de mi amistad, experiencia personal, conocimiento y trato con el homenajeado.
Siempre me ha fascinado conocer la edificante vida de extranjeros que llegaron a nuestras tierras en distintas épocas durante la evolución de Venezuela como país. Vinieron en busca de oportunidades y rehicieron sus vidas de manera coherente. Algunos abrieron caminos y sembraron, dejando un legado superior al de los naturales de aquí. Fue la aventura, el deseo y la capacidad de emprendimiento en el comercio, la industria, la docencia, el servicio y la cultura.
Huían de las asombrosas consecuencias, persecuciones religiosas y políticas, hambre, falta de oportunidades para emplearse y prosperar. América toda y particularmente la América Hispana estuvieron y han estado abiertas a recibir a esos hombres y a esas mujeres de carácter recio y disciplina, deseosos de probar suerte en los diversos puntos de su geografía. Durante el empeño pasaron por peligros, sintieron angustia, incertidumbre, añoranza por la lejanía de sus patrias. Eran campesinos, obreros, artesanos, trabajadores, comerciantes y un grupo muy selecto de inmigrantes profesionales universitarios. Pocos han sido delincuentes o criminales huyendo de la Ley. La gran mayoría ha llegado sin medios económicos suficientes. Hubo quienes vinieron siguiendo los pasos de algún antepasado o conocido que migró quizás en los siglos pasados. De todos estos migrantes, son muy pocos los que han logrado en América el honroso título de MAESTRO.
La confrontación fratricida española desencadenó un éxodo, una gran diáspora de gente valiosa hacia otras latitudes. Personas escarmentadas por la Guerra Civil española (1936-1939) y una anunciada dictadura, abandonaron sus ciudades y pueblos de origen o de trabajo ante el fracaso de la experiencia republicana. Estudiosos, intelectuales, periodistas, académicos y valiosos pensadores iban a reconstruir sus vidas, aportando sus experiencias al nuevo escenario enriqueciéndolo. Este proceso de la incorporación a las poblaciones locales fortaleció los estamentos de trabajo e impulsó el desarrollo de nuestras naciones, particularmente en Argentina y México. Allí operaron y operan todavía las grandes editoriales, por ejemplo.
Entre el grupo de inmigrantes que llegaron a nuestro país, en busca de mejor vida a partir de 1937 se encontraba Pedro Grases (1909-2004), un joven a punto de cumplir 28 años de edad, abogado y filólogo, apasionado de la docencia y de sus profesiones. Frente al riesgo de perder la vida y en la disyuntiva que le tocó vivir, se desterró y exilió en Chapelle-aux-Bois, Francia, acompañado de su esposa María Asunción Galofré, quien lo secundaba con tino, y sus dos hijos Pedro Juan de dos años y José Pablo de meses para luego abordar el vapor holandés «Simón Bolívar» en Boulogne-Sur-Mer en el Canal de la Mancha hacia el puerto de La Guaira. Buscaban encontrarse en Maracay con familiares compasivos de su señora. Ellos habían costeado los boletos desde Europa. A la luz de estas escenas, Pedro y familia como otros migrantes corrieron el riesgo de un albur.
Pedro Manuel Alberto Grases i González llegaba a una Venezuela en un momento de cambios políticos que lo iban a favorecer. La nueva tierra progresivamente se abre y él se va maravillando y se va encariñando con la que será su patria por adopción. La Venezuela de entonces era pobre, analfabeta, palúdica, rural, apenas tenía 3.500.000 habitantes, su capital tenía unos 300.000h. y el número de estudiantes universitarios no pasaba de 3.000h. en todo el país. La población vivía de la agricultura, la ganadería, la pesca, la exportación de azúcar, cacao y café, la producción de cueros además de la excavación artesanal de oro y diamantes. La burocracia vivía frugalmente del estado y el gobernante y su “círculo íntimo” se adueñaban de los fondos del Erario Público. A pesar de que se había descubierto petróleo a partir de 1914, todavía el país no capitalizaba ni monetizaba en suficiencia la inmensa riqueza de ese precioso recurso no-renovable. En 1935 murió el general Juan Vicente Gómez, el gendarme necesario, que gobernó por 27 años como un dictador implacable que enriquecía sus amigos y encarcelaba sus enemigos restringiendo las manifestaciones culturales, intelectuales y las libertades que ya conocían en otros países más desarrollados.
El sucesor fue el general Eleazar López Contreras, un líder progresista y estudiado, que iniciaba su periodo presidencial rebajándolo de 7 a 5 años y se liberó del uniforme para vestir de civil. Sus palabras motivadoras fueron “calma y cordura”. Pedro Grases llegaba a una Venezuela donde todo estaba por hacer. Desde el puerto de La Guaira tomó el camino a Maracay y ahí examinó hondamente sus posibilidades y alternativas de trabajo. La verdad es que la capital de Aragua no era el lugar propicio para el joven e inquieto intelectual, con dos doctorados, uno en Filosofía y Letras y otro en Derecho de la Universidad de Autónoma de Madrid. En Barcelona había sido docente universitario, escritor y secretario privado del Alcalde de la ciudad de Barcelona, el ingeniero Carlos Pi i Sunyer.
El humanista y docente en acción
Animado por familiares y amigos viaja a esa Caracas que salía del sopor de la larga y férrea dictadura. Consiguió trabajo de inmediato en la Casa Blöhm en el departamento de máquinas, pero pronto se dio cuenta que no era un vendedor estrella, ni lo sería, comentaba esto a su amigo catalán Josep Anton Vandellós i Solá, venido también de España como migrante y fundador de la ciencia estadística en Venezuela. Él era un hombre generoso, entendido y pone en contacto a Grases con el doctor Rafael Ernesto López, Ministro de Instrucción Pública. En entrevista, el ministro le pregunta qué le gustaría hacer, su respuesta fue “enseñar, investigar y publicar”.
Así de simple y de importante fue ese encuentro del Ministro con el que ha de ser “una de las claves de la identidad nacional”.[1] Como autor de este opúsculo subrayo que la figura del doctor Rafael Ernesto López merece mayor estudio como uno de los forjadores de la nueva Venezuela. [2]
Pedro Grases reinicia esa vocación tan suya de educador, que comenzó en Barcelona en instituciones de vanguardia como el Instituto Giner de los Ríos y la Escuela Massana. Así entra en el circuito educativo venezolano de la secundaria siendo Jefe del Departamento de Castellano y Literatura y Latín, Instituto Pedagógico Nacional (1938-1948); Liceo Fermín Toro (1937), Escuela Normal Superior (1937), Liceo Andrés Bello (1938-1939), sin olvidar la esfera de afecto dejada en el Liceo de Aplicación y en el Colegio América (1945-1952). En esas instituciones de enseñanza se relacionó con jóvenes quienes a futuro serían los líderes y profesionales más ilustres del país, la élite más iluminada. Su interés auténtico como profesor era formar ciudadanos dignos y libres.
En agosto de 1939, Pedro Grases próximo a cumplir 30 años, distinguido, animado e inteligente por sus nuevas circunstancias de trabajo y movido por una curiosidad inquietante acerca del continente suramericano, viaja, invirtiendo sus primeros ahorros con el propósito de conocer esos países que lo integran, estableciendo amistades con profesores, profesionales, escritores e investigadores, entre ellos, el escritor Alfonso Reyes, otrora embajador de México en Brasil. Visitando ventas de libros viejos, ve por casualidad la edición chilena de 1881 de las Obras Completas de Andrés Bello, y allí, la publicación póstuma del estudio de las versificaciones del poema del Cid. Se alegró con este hallazgo por considerarlo un verdadero tesoro: “El cantar del Mío Cid” es el primer texto literario escrito en castellano, revisado y estudiado primero por Andrés Bello (1781-1865), y posteriormente por Manuel Milá Fontanals (1818-1884), luego por los académicos Ramón Menéndez Pidal y Colin Smith en el siglo XX.
A su regreso a Caracas, Grases se incorporó nuevamente a dar clases y comienza a trabajar en un discurso con el título “Don Andrés Bello y el poema del Cid”. En 1941, dos años después del maravilloso hallazgo en Chile, se presenta vestido de paltó levita, al estilo de los scholars ingleses de Oxford y Cambridge, en un acto formalísimo en el Paraninfo de la Universidad Central de Venezuela para discursar sobre el humanismo americano de Andrés Bello y, por ende, también de la figura del Campeador, es decir, Rodrigo Díaz de Vivar. El discurso dado con expresión directa y simple, viva y vivificante, lo identifica desde entonces como un célebre “bellista” y el texto del discurso fue publicado en la Revista de la Academia Venezolana de la Lengua, bajo el número 30, año 1941.
Me he preguntado qué fuerza impulsó a Don Pedro a realizar este Acto con el entusiasmo y pasión con los que lo recuerdan. La respuesta es que el Mío Cid, originalmente escrito por Abu I-Walid al Waqqashi y compuesta de 3.735 versos, publicado en el año 1.207, aparte de ser un hallazgo formidable y sin precedentes, se identifica con sus mismos ideales y principios. El Cid, señor en árabe, era un caballero desterrado, poseedor de un alto sentido del honor con la necesidad de recuperar la honra perdida y un valor referencial de la hispanidad de ayer y de hoy. Valga señalar que los alumnos del Pedagógico llamaban con cariño y respeto a su profesor Pedro Grases el “Cid”. A partir de ahí fue el albacea de las obras de Andrés Bello ordenando y meditando de manera diáfana y precisa la copiosa y espléndida obra de quién fuera posteriormente llamado por él “libertador intelectual de América”. Bello además de tantos otros méritos fue maestro de Simón Bolívar durante su juventud, se llevaban dos escasos años de edad.
Después, la fama de Pedro Grases va creciendo por décadas como profesor y erudito, su calidad de persona se hace conocer. Era un indagador atento sistemáticamente a los indicios… les tout petits significatifs. Tomás Polanco Alcántara dijo en un folleto que Grases no abandonaba un tema hasta que no le veía el espinazo.
No pretendo extenderme a la labor de Grases en la educación superior y de post-grado, la cual fue significativa en el país y en el exterior. Fue invitado como profesor visitante a la Universidad de Harvard en el estado de Massachusetts de los EEUU. En ese país, no deja de visitar a la Biblioteca del Congreso, Washington D.C. en busca de libros, referencias, documentos y fotografías. Solía afirmar que “no hay enemigos sino personas que no te conocen”. Fue Profesor fundador de la Facultad de Humanidades y Educación (1948-1979) y Profesor fundador de la Escuela de Bibliotecología y Archivología (1948-1979).
En 1945, al inicio de la Asamblea Constituyente de Venezuela del “trienio adeco”, los escritores Rómulo Gallegos con el apoyo de Andrés Eloy Blanco recomiendan al Ejecutivo Nacional la edición completa de las obras de Andrés Bello para rescatar al caraqueño olvidado. Se nombra una comisión para encargarse de la edición y se designa presidente al poeta Julio Planchart, que al poco tiempo fallece. Luego Rafael Caldera (futuro presidente de Venezuela 1969-1974) asume la presidencia y se nombra al profesor Pedro Grases secretario de la misma, quien se desempeña con holgura y pesquisa amorosa desde el principio a fin de la comisión. Esta rica experiencia de las obras del universal caraqueño Andrés Bello le sirvió a Pedro Grases como preámbulo para su obra “La Épica Castellana y los Estudios de Andrés Bello”, distinguida con el honorífico Premio “Andrés Bello” en 1953.
Quince años después de haber llegado a Venezuela, migrado y exiliado Pedro Grases, idealista-cristiano-liberal y romántico, es aceptado y reconocido como uno de los más destacados intelectuales del país y del continente en su condición de “educador, bibliófilo y bibliógrafo, lexicógrafo y filólogo, historiador, ensayista, insigne bellista, humanista, americanista, promotor de proyectos editoriales y culturales”.[3] Con extraordinaria paciencia y tino, Don Pedro se convirtió en una referencia para los estudiosos de la evolución histórica americana, todavía lo sigue siendo.
En 1960 bajo la presidencia de Rómulo Betancourt, Ramón J. Velásquez, secretario entonces de la Presidencia de la República, invita a Grases para que participe en el proyecto, Pensamiento político venezolano del siglo XIX. Cincuenta años más tarde, el propio Ramón J. Velásquez en el homenaje que le rinde la revista Historia en el Instituto de Estudios Superiores de Administración IESA en San Bernardino (Caracas), 7 de junio de 2011, dijo que para este ambicioso proyecto –todavía ni igualado, ni superado– él contó con la colaboración, conocimientos y experiencia de su amigo Pedro Grases.
En 1973 bajo la presidencia del doctor Rafael Caldera, Pedro Grases con 63 años es nombrado Asesor General de La Casa de Bello en reconocimiento de su sabiduría, larga experiencia y exégesis extraordinaria de la obra de Andrés Bello. La edición De la Casa de Bello de las Obras Completas de Andrés Bello supera a la edición chilena de 15 tomos a 26 tomos.
Más civiles que militares
Destacan en la obra de Grases sus juiciosas investigaciones de nuestros próceres de los siglos XVIII y XIX. Muchos de ellos unos verdaderos desconocidos para el común de los venezolanos. Decía Juan Liscano que por Grases aprendimos a leer nuestros viejos autores. Afirmaba Mariano Picón Salas, la historia de Venezuela es mucho más que un catálogo de batallas profusamente cargadas de epítetos, el país tiene héroes civiles a los cuales hay que conocer y leer. Sostiene Luis Ugalde, S.J. que por Pedro Grases conocimos a nuestros próceres civiles y próceres militares cultos. Él estudió más de cincuenta nombres.[4]
Como hijo de la “Tierra del sol amada”, marabino o mejor dicho maracucho, permítaseme hacer un inciso: Dos literatos nacidos en el país hicieron carrera en la Península ibérica: Rafael María Baralt Pérez (Maracaibo, 1810 –Madrid, 1860) y José Heriberto García de Quevedo (Coro, 1819 – París, 1871). Voy a referirme al primero. Baralt es un valor del gentilicio zuliano al que el Maestro Grases dedicó buenas horas de documentación, estudio y reflexión, dando al país su visión más completa la que prosigue Agustín Millares Carlo, dicunt.
Pedro Grases para conmemorar las efemérides del ilustre zuliano fue Secretario de la Comisión Técnica Asesora de las Obras completas de Rafael María Baralt (1956-1957). Ofreció a la niñez y juventud venezolana la biografía de Rafael María Baralt, colección de Biografías Escolares de la Fundación Eugenio Mendoza, la cual fue recibida con mucho interés y entusiasmo. Por 1 bolívar podía adquirirse su trabajo magistral.
Doce títulos concluyentes sobre Rafael María Baralt escribe Grases, a los que quisiera referirme en trabajo aparte en aras de la brevedad.
Un nombre que parece una academia
Sorprende la vastedad y diversidad de temas que trabajó Pedro Grases. Él decía con cierta desilusión que estas investigaciones sólo tienen valor en los círculos pequeños del saber, fuera de éstos tiene poco atractivo e interés. Qué tristeza que el común desconoce temas como la pre-independencia y la emancipación bolivariana, la imprenta que Bolívar llamó «la artillería del pensamiento» y el descubrimiento de la imprenta del precursor Miranda en su edición original fabricada en España, el primer libro impreso en Venezuela, la Conspiración de Gual y España, la figura de ilustre Bolívar y la Carta de Jamaica o el original leído del Discurso de Angostura y el ejemplar impreso del proyecto de la Constitución para la República Bolivariana, el citado libro de Cisneros sobre la Venezuela colonial y los méritos de un elenco histórico, expresión del humanismo venezolano, antes dichos. ¿Quién se ocupó de estudiar las traducciones de las más influyentes obras en la gesta libertadora de Suramérica? La respuesta es Don Pedro Grases.
En la Fundación Mendoza, quizás el grupo económico de mayor importancia en 1945-1985, lo hacen Consejero (1952-1988) y Presidente del Comité de Cultura (1978-1988). Redacta discursos, documentos y los reportes de esa institución. El trabajo ayuda a cimentar aún más su amistad con Eugenio Mendoza Goiticoa, y a futuro entre los dos van a materializar algo realmente excepcional que para la fecha nadie se lo imaginaba. Se publica Venezuela moderna, 1926-1976 bajo su coordinación. Colaboran con él en la obra Ramón J. Velásquez, Arístides Calvani, Carlos Rafael Silva y Juan Liscano.
Ya el joven Pedro tenía 50 años para 1960 y desde su llegada a tierra de gracia había presenciado muchos hechos, como la elección presidencial en 1939 de Isaías Medina Angarita, el golpe de estado en 1945 contra el mismo, el trienio adeco (1945-1948), la elección presidencial en 1948 del novelista Rómulo Gallegos, el golpe de estado, ocho meses después de haber asumido el cargo, el magnicidio en 1950 de Carlos Delgado Chalbaud (presidente de la Junta Militar), el fallido referéndum de 1952 y el exilio de Jóvito Villalba, la dictadura del Coronel Marcos Pérez Jiménez, el entierro del presidente Isaías Medina Angarita en 1953, la caída del régimen perezjimenista en 1958 y la elección presidencial en 1958 de Rómulo Betancourt. El país registraba en 1960 una población de unos 10.000.000 de habitantes, dejó de ser mayoritariamente rural, producía unos 3.000.000 barriles de petróleo diarios, había crecimiento y desarrollo económico, el país se modernizaba y la población estudiantil había crecido notoriamente. Todos estos hechos los va registrando reflexivamente, minuciosamente en su colección de fichas referenciales. Grases iba compartiendo su trabajo con quien con él iba caminando. “Digo mi canción a quien conmigo va”, del poema de Arnaldos, era el título de uno de sus libros más publicados, buscados y leídos, con varias ediciones.
Con la desinteresada colaboración de venezolanos de la estatura intelectual de Vicente Lecuna, Luis Correa, Rómulo Gallegos, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas, Ángel Rosenblat y Manuel Segundo Sánchez, nuestro homenajeado pudo descubrir libros, documentos y escritos prácticamente inéditos para la gran mayoría, haciendo agudos comentarios y realizando apuntes acerca de los mismos para destacar su verdadero significado. Pedro Grases se dedicó por completo con disciplina a la cultura, exhumación de infolios y a la investigación bibliográfica porque admiraba los grandes méritos del pueblo venezolano. Decía con frecuencia que tenía tanto trabajo que no podía perder el tiempo inútilmente.
Con su amigo y coterráneo Manuel Pérez Vila, minucioso documentalista también y, a posteriori, director de la primera edición del Diccionario de la historia de Venezuela, Grases vuelve a la hermosísima mansión del ingeniero, historiador y banquero venezolano Vicente Lecuna Salboch (1870-1954) en el Caracas Country Club. Lecuna, hombre de mucho prestigio, exacto y primer organizador y editor de los archivos de Simón Bolívar, José Antonio de Sucre y José Rafael Revenga respectivamente, y curador también de la Casa Natal de Libertador frente a la Plaza del Venezolano. Grases y Pérez Vila deseaban investigar los archivos de la colección Lecuna para trabajarlos en la revisión pormenorizada del Archivo del Libertador, desentrañar secretos, hallar asuntos inéditos y facilitar su contenido a los estudiosos.
A partir de 1814, el archivo de 63 tomos del generalísimo Francisco de Miranda estaba en manos de Lord Bathurst, Ex Secretario de Estado para la Guerra y las Colonias de Inglaterra. En 1926, el historiador Caracciolo Parra Pérez se enteró de la ubicación del archivo y medió, junto a Alberto Adriani, para que el Estado venezolano adquiriera a los descendientes de Lord inglés dicho tesoro documental, considerado Patrimonio de la Humanidad. Desde entonces el Archivo de Miranda estuvo bajo la custodia de la Academia Nacional de la Historia hasta que pasa a la Biblioteca Nacional en tiempo del gobierno revolucionario chavista. De las sinergias de Lecuna, Grases, Pérez Vila se editaron con rigor metodológico varios documentos nuevos sobre aspectos relevantes y excepcionales de nuestros héroes.
Sus “preciados libros” para Venezuela
Era ilimitado el deseo de saber en Grases. En 1937, no había biblioteca organizada que pudiera satisfacer su curiosidad. Desde su arribo a Venezuela se propuso constituir su colección privada comprando libros en distintas librerías del mundo con su peculio. Tal esfuerzo resultó en una biblioteca inmensa valorada en su momento en US$ 2.000.000 por conocidos libreros internacionales. Pedro Grases agradecido a Venezuela, a la amistad y a la confianza que le brindaba Eugenio Mendoza lo insta a que haga una institución de enseñanza superior, y en caso de que así fuera, le dona su preciosa colección sin compensación alguna. El hacedor Don Eugenio Mendoza promueve una nueva universidad privada con el nombre de Universidad Metropolitana en 1970, primero en San Bernardino y luego en los terrenos de la Hacienda La Urbina de los Schlageter. El gesto admirable de Grases llega a los oídos de la comunidad universitaria y en 1979, precisamente el día que cumplió 70 años, Luis Herrera Campíns, presidente de la República para entonces, lo llama para decirle que lo conmovió su decisión de desprenderse de sus libros. A poco en su gobierno, en Consejo de Ministros se aprobó mediante decreto presidencial Número 279 la donación de aproximadamente US$ 6.000.000 para la construcción del edificio de la biblioteca, siempre y cuando, llevara su nombre a perpetuidad. Ello en reconocimiento de su infatigable labor por la cultura, considerada insustituible. Así fue distinguido con magnificencia y nació la admirable Biblioteca Pedro Grases con su atractivo y funcionalidad arquitectónica, obra de los arquitectos Tomás y Eduardo Sanabria.
La tertulia sabatina
Yo tuve el privilegio de conocer y tratar muy de cerca a Pedro Grases a sus 74 años, hombre cortés, hospitalario, amable y afable, por mi amigo el psicólogo Óscar Pérez Castillo. Todos los sábados Don Pedro abría su hogar a conocidos y amigos para el constructivo intercambio y comunión de ideas. En una de esas oportunidades Óscar me llevo con él para que conociera personalmente al renombrado humanista. Ya era una inmensa referencia cultural y bibliográfica viva a nivel mundial y yo un profesional joven en busca luces, me llevaba 34 años. Después de la reunión, me dijo a mí que volviera las veces que quisiera. Así nació una amistad iberoamericana y de ahí en adelante asistí a la increíble reunión del Maestro durante más de veinte años.
Pedro siempre fiel a su patria catalana-española y su patria por adopción Venezuela, tenía la grata costumbre de reunir –sin prosopopeya– todos los sábados a partir de las 7 de la mañana hasta las 12, en su estudio en la Qta. Vilafranca Nº 9 de La Castellana, a un grupo de contertulios, la mayoría de ellos estudiosos y académicos. Era “esa forma socrática convertida en hispánica” según el profesor Ángel Rosenblat. Esta referencia se llamó La Tertulia sabatina de Grases, a la que la Fundación Venezuela Positiva dedica un ensayo escrito por Carlos Maldonado-Bourgoin y David Chacón Rodríguez.[5]
En un reducido espacio de 4 x 4 metros con una ventana resplandeciente abierta hacia al jardín de la quinta Vilafranca, se sentaban codo a codo las siguientes personas: Ramón J. Velásquez, Lucas Guillermo Castillo Lara, Óscar Pérez Castillo, Tomás Polanco Alcántara, Pablo Pulido y su hermana Mercedes, Ramón Ignacio Velásquez y yo. De vez en cuando aparecían sin previo aviso otros de sus amigos y discípulos para saludarlo, por ejemplo, Pedro Mendoza Goiticoa, Eduardo Mendoza Goiticoa, Óscar Zambrano Urdaneta, Ildefonso Méndez Salcedo, Carlos Maldonado Bourgoin y David Chacón Rodríguez. A veces traían con ellos libros, originales y borradores para que opinara sobre los mismos el Maestro. Pedro era el centro de la reunión y animaba a que cada uno de los asistentes hablara libremente y contara lo que estaban haciendo. Por supuesto, él también participaba con sus opiniones y con su característico humor muy propio de su terruño. No había agenda, ni se tomaban notas, las conversaciones sucedían espontáneamente.
Durante la tertulia doña Asunción, señora del Maestro, o su hija María, con gran cariño nos obsequiaba café y agua, a veces nos interrumpían sus nietos y su perro. “Yo sólo doy amistad, café y libros”, decía Don Pedro. Las reuniones sucedían dentro de un ambiente muy informal, cordial e íntimo. Asistiendo a esas reuniones aprendí mucho, tanto de la historia como de la pequeña historia, y agradezco muchísimo al anfitrión la distinción que me hizo al permitir que yo integrara ese grupo de honorables y distinguidos venezolanos. La verdad es que antes de hablar prefería oír, frente a tanta sabiduría era preferible callar y oír a los que saben. Cuando me retiraba de la tertulia siempre me decía afectuosamente y en voz baja: “Heraclio, persevera en la intención y en el esfuerzo”.
Conciencia de los otros.
Quisiera destacar el profundo sentido de la otredad del Maestro Grases, en querer saber de otros emigrantes como él. De aquellos que conoció, de sus siembras, de sus éxitos y hasta de sus fracasos. Él llevaba un registro biográfico que le sirvió para el libro Venezolanos del exilio español, que luego publicó Cuadernos Iberoamericanos, en 1995. Dicha relación fue incluida en Obras de Pedro Grases, Editorial Seix-Barral. De su dirección y empeño salió también el Diccionario de los Catalanes en América (3 volúmenes) donde está la historia pormenorizada de tantos nombres que hicieron historia, de su interés por los migrados que vinieron a hacer la América y a dar la América. Allí están nombres como Juan de Urpín, fundador de Barcelona, y los obispos Mariano Martí y Narciso Coll i Pratt. También fue catalán el fundador del Ron Bacardí, famoso entre nosotros.
Colofón
Con lo escrito ut supra o «como arriba», el lector ha podido hacerse la idea e imagen de este hombre excepcional, egregia figura de la cultura y de las letras, bibliógrafo y documentalista, editor y promotor de ideas que llegó a nuestras orillas por obra de la causalidad. Un hombre digno, nacido por la voluntad de Dios, quien recogió lo que sembró en vida.
Para concluir, cito a dos entre sus muchos y apreciados amigos:
“La personalidad de Pedro Grases i González se debe a tres características muy puntuales: Primero, el haber formado una familia de la cual se sentía orgulloso. Segundo, el haber reunido una biblioteca privada que obsequió a la Universidad Metropolitana para el servicio de la educación superior. Tercero, el haber escrito una serie de obras dispuesta a cambiar y aumentar la cultura americana”.
Rafael Caldera
“Solo Dios y la Patria saben bien de la entrega y dedicación de tiempo, capacidad y engreíais que sin figurar en ningún papel impreso, ha puesto Grases al servicio de todos. Esa es su verdadera obra. Todos los sabemos”.
Pedro Pablo Barnola, S.J.
Don Pedro Grases, el Grande, fue Doctor Honoris Causa y Profesor Honorario de distintas universidades, le fueron conferidos las más altas condecoraciones, premios, y distinciones académicas de muchos países de habla hispana, europeos y norteamericanos. Creado por su discípulo en Harvard Ernest Albert Johnson en 1947-48, el Amherst College en Massachusetts otorga el Premio Pedro Grases a la Excelencia en Hispanismo desde 1983.
Además de publicar una inmensa obra escrita de 21 volúmenes, dejó 16 nietos y 12 bisnietos. Murió escuchando música de la Festa Major de Vilafranca y el Concierto Número 1 para piano y orquesta de Beethoven. Durante su sepelio en Caracas el 17 de agosto de 2004, el ataúd estuvo cubierto por la bandera de Venezuela, la bandera de España y la de Cataluña. En el momento de bajarse sus restos a la tierra “Lo que brotó fue la maravilla de la vida, la flor de la gratitud, lo mejor de la condición humana.” [6]
Pedro el Grande ha tenido hermosos testimonios en vida y fue objeto de innumerables homenajes post mortem en Venezuela, España y la Unión Europea. La Fundación Pedro Grases, que preside su hija María A. Grases Galofré tiene por misión y visión mantener, proyectar el legado del extraordinario padre. Recomiendo muchísimo visitar su página web, www.fundacionpedrograses.com, concluyendo su etapa de mantenimiento, para un mayor conocimiento de su vida y de sus obras.
[1] “Pedro Grases y la identidad venezolana”, Editorial, Diario de Caracas, 7 de julio 1979.
[2] Ver a Víctor José López en Infatigables, Madrid, Gráficas Cofás, 2018.
[3] Ficha técnica biográfica de la Fundación Pedro Grases, publicadas en innumerables trabajos.
[4] V/A. El legado de Pedro Grases. Fundación Pedro Grases. Caracas, 2006.
[5] V/A: Las peñas y las tertulias: puentes de saber, cultura y cordialidad. Fundación Venezuela Positiva, Caracas 2012.
[6] Rafael Arráiz Lucca, “Fraude y cementerio” (Sobre el referéndum y la muerte de Pedro Grases), El Nacional, Caracas 23 de agosto del 2004, A/6.