Una deuda impagable: La de Venezuela con Don Pedro Grases

Alexis Márquez Rodríguez

A la memoria de José Santos Urriola

En setiembre de 1947, cuando llegamos al viejo Instituto Pedagógico Nacional un grupo de muchachos a estudiar la carrera  de profesor, nos dio la bienvenida, el primer día de clases, un animoso docente que era además Jefe del Departamento de Castellano y Literatura. Con un inconfundible acento hispano-catalán y una admirable facilidad expresiva, nos arengó con palabras enfiladas al elogio de la vocación profesoral y a exaltar el optimismo y la confianza que debíamos tener en el futuro del país. Era Pedro Grases e iba a ser nuestro profesor de Gramática Castellana. Allí también nos hizo una breve semblanza de quienes, junto con él, serían nuestros profesores: Ángel Rosenblat, Juan David García Bacca, Guillermo Pérez Enciso, Edoardo Crema, Felipe Massiani, J. M. Siso Martínez, Olinto Camacho, J. M. Alfaro Zamora…

Todo estudiante sabe cuan beneficioso es, para quien se inicia en un curso cualquiera de estudios, esa sesión de bienvenida, que muchas veces no pasa de ser un ejercicio más de retórica barata, pero que otras, como la que ahora evoco, tiene la magia de despertar en uno el entusiasmo y de inducir la confianza, que de primer momento podrían yacer como apagados, por la incertidumbre que todo comienzo pone  naturalmente en los seres humanos.
 

Amor a primera vista

Recuerdo bien aquella tarde, entre otras razones porque aquel profesor tenía la virtud de contagiar a los demás su vivacidad, su optimismo, su aliento vital, que mostraban una personalidad bien cimentada, robusta y vigorosa. Fue amor a primera vista. Desde el primer día Grases se posicionó en nuestros espíritus con su enjundia y su empaque de auténtico maestro. Tenía  entonces 38 años y una fuerte y ágil contextura atlética, como de futbolista, rasgos que contribuían a rodearlo de un aura de simpatía igualmente contagiosa.

Nacido el 17 de setiembre de 1909 en Vilafranca del Penedés, un pequeño pueblo de Cataluña cercano a Barcelona (España), Pedro Grases llega a Venezuela  el 8 de agosto de 1937, después de una pasantía  de once meses en Francia. Venía huyendo de la guerra civil, iniciada un año antes  contra la República española. Nunca olvidará aquel pueblecito de su nacimiento, al que siempre evocará con nostalgia. Años más tarde, cuando logre hacerse de una vivienda propia, una pequeña casa en la Urbanización La Castellana, que entonces comenzaba a desarrollarse, la llamará quinta «Vilafranca». Con él venían su mujer, doña Asunción Galofré, su insigne compañera por casi setenta años, y sus dos hijos mayores, Pedro y José, éste nacido en Francia. Otros dos, María Asunción y Manuel, nacerán en Caracas.

Traía ya una buena formación universitaria. En Barcelona había estudiado Filosofía y Letras y Derecho, y en las dos se había doctorado en Madrid, en 1932. Poco después se estrena como profesor de lengua árabe en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona.
 

Docencia e investigación

Si algo tenía claro el joven Grases al llegar a Venezuela, es su propósito de dedicarse a la docencia y a la investigación histórica y cultural. Sabía que Venezuela, como todos los jóvenes países hispanoamericanos, era una cantera rica en materiales que muy poco se habían estudiado. Y decide colaborar en ese campo con el país que estaba escogiendo como su nueva patria.
No obstante, su primer trabajo en Venezuela fue algo bastante lejos de sus aspiraciones: «flamante vendedor», como dice él mismo, de la Casa Blohm. Pero días después tiene la suerte de conocer al entonces ministro de educación nacional, Dr. Rafael Ernesto López, quien dispuso su ingreso como profesor en el Liceo Fermín Toro y en la Escuela Normal Superior, y posteriormente en el Liceo Andrés Bello y en el recién creado Instituto Pedagógico Nacional.

Al mismo tiempo se hizo asiduo de la Biblioteca Nacional. Allí iba desarrollando sus planes de investigador, y ampliando sus contactos con personas clave para su trabajo. Su primer objetivo fue la vida y la obra del Libertador, por el que sentía una inmensa admiración, tema sobre el cual nos ha dado valiosos escritos, sumamente esclarecedores, no sólo de importantes aspectos de la figura de Simón Bolívar, sino, en general, acerca del período de la Independencia. Asimismo sobre Simón Rodríguez, a cuyo conocimiento y valoración ha hecho igualmente valiosos aportes, de una importancia que se mide, sobre todo, porque para ese entonces el genial maestro del Libertador era muy poco conocido.
 

El hallazgo de Andrés Bello

Pero el gran tema que en esos comienzos se abrió, casi de una manera deslumbrante, a los ojos de Grases fue la enorme figura de Andrés Bello. En aquel momento también Bello era, en Venezuela, casi un desconocido, en parte por su lejana residencia en Chile, donde el ilustre venezolano había realizado una obra humanística descomunal, y no obstante que, hasta bien entrado el siglo XIX, don Andrés mantuvo contacto epistolar con su madre y su hermano, residentes en Caracas, y con algunos otros corresponsales. Incluso en Caracas se publicó, en 1850, apenas a tres años de su aparición en Chile, la primera edición venezolana de la Gramática de Bello, amén de algunas otras de sus obras. Pero ese conocimiento que de Bello se tenía en el siglo XIX se había ido apagando.

El descubrimiento de Andrés Bello por Grases ocurrió en circunstancias muy peculiares. En 1939 Grases realiza un viaje por toda Suramérica. En Santiago de Chile, según cuenta Oscar Sambrano Urdaneta sin duda el discípulo por excelencia de don Pedro, quien a su vez lo supo por boca del mismo Grases, éste se acerca un día a una librería callejera, donde se exhibían las Obras completas de un tal Andrés Bello, de quien el joven catalán apenas si había oído hablar. Quiso el azar que tomase un tomo de aquellos, en el que estaba el trabajo de Bello sobre el Poema del Cid, un tema por el que Grases se había apasionado hacía tiempo. Le bastó con ojear aquel ensayo para comprender que el autor era una figura singular de las letras continentales. Y al darse cuenta, además, de lo desconocido que era en su país decidió contribuir a llenar ese vacío imperdonable en el conocimiento de los venezolanos.

Aquel hallazgo de Bello fue providencial. Lo fue para Venezuela y el resto del Continente, porque las indagaciones de Grases sobre el gran humanista  de hecho es él quien lo llama «el primer humanista de América», y las muchas publicaciones que sobre el tema entonces inicia, van a permitir que Bello empiece a ser conocido y valorado, no sólo en Venezuela, sino también en todos nuestros países, donde, como ya dije, era poco menos que un desconocido, con la sola excepción de Chile. Fue providencial asimismo para el propio Grases, pues Bello se convierte en el gran tema de sus investigaciones, lo que hace que él también, paralelamente, vaya siendo conocido en todas partes como el autorizado bellista que llegó a ser.

En 1948, en el gobierno de Rómulo Gallegos, se decide nombrar la Comisión Editora de las Obras completas de Andrés Bello, bajo la presidencia de don Enrique Planchart, quien falleció poco después, y se nombró para reemplazarlo al Dr. Rafael Caldera, uno de los pocos venezolanos que conocían bien la vida y la obra de Bello, de quien había publicado una biografía, y con Grases como secretario, pero cuyas funciones eran más bien ejecutivas. Empieza entonces a edificar lo que será el gran monumento de su obra intelectual.  De Bello se había  hecho, como ya vimos, una edición de Obras completas en Chile, que distaban mucho de ser «completas». Para Grases desde el primer momento estuvo claro lo que había que hacer, y con su habitual entusiasmo y su infatigable fortaleza se dio a la tarea. Fue un trabajo ejemplar. Se rescataron materiales en bibliotecas y archivos de diversas partes del mundo, se cotejaron las varias ediciones de sus escritos con los originales, se corrigieron erratas, se dilucidaron y rectificaron confusiones y, en suma, se realizó un trabajo bibliográfico verdaderamente paradigmático, para el cual Grases logró la colaboración de personas de diferentes países. Para la labor sistemática y cotidiana reclutó tres estudiantes del Instituto Pedagógico: Oscar Sambrano Urdaneta, el más cercano seguidor del magisterio de Grases; José Santos Urriola, tempranamente fallecido, y Rafael Di Prisco. 

 

El libro en tres dimensiones

La obra de Grases es sumamente amplia y comprende una temática muy variada. Ello permite calificarlo con un vocablo que hoy se usa poco, pero que sintetiza una obra de esa envergadura: polígrafo. Grases es, en esencia, como lo fue el propio Bello, un polígrafo, tipo de personaje que se dio con frecuencia en el siglo XIX hispanoamericano, pero del que hoy quedan pocos especímenes.

Lo característico de un hombre como Grases es su vinculación con el libro, que en él es tridimensional. Primero como lector, que Grases lo ha sido, con voracidad, desde muy joven. Segundo, como autor de sus propios libros. Y en tercer lugar en tanto que bibliófilo, apasionado de siempre por el libro como objeto coleccionable, como obra de arte, como fuente de conocimientos, como producto de un trabajo fascinante. Da gusto verlo con un libro en la mano. Lo contempla, lo manosea y sabe de él todo lo que puede saberse: quién fue su autor; su contenido; dónde y cuándo fue impreso, aunque el dato no aparezca en ninguna parte; de qué papel está hecho; qué tipografía y qué tipo de tinta utilizaron; en qué clase de imprenta lo imprimieron; a qué estilo corresponden su diagramación y su carátula, en fin… Ningún libro incunable, antiguo o moderno, tiene secretos que él no descubra. 


Una deuda impagable

La deuda de Venezuela con Pedro Grases es enorme. La edición de las Obras completas de Andrés Bello no es sino una muestra, si bien muy importante, de la extraordinaria labor de investigación, análisis y divulgación de este hombre en el campo de la historia de la cultura. Todos los estudiosos de nuestro pasado están contestes en que, cualquiera que sea el área de nuestra cultura en el que uno se proponga ahondar, la consulta a las obras de Grases es imprescindible, so pena de tener una visión incompleta de lo que se quiera estudiar.

Las Obras completas de Grases comprenden veinte gruesos volúmenes, uno solo de los cuales, el 15, contiene en 563 páginas el índice acumulativo de los catorce anteriores. Ello da una idea de lo vastísimo de esa obra. Recientemente entró en circulación un nuevo tomo, el número 21, que comprende una muestra muy pequeña, aunque es un volumen de 463 páginas, del epistolario de don Pedro, y reúne cartas entrecruzadas con veintinueve de sus centenares de interlocutores de todo el  mundo. Grases ha sido uno de los más grandes cultivadores del género epistolar en lengua castellana, y se calculan en 40.000 las cartas salidas de su puño y letra, frase ésta que en su caso muchas veces es literal, pues son numerosas las cartas por él escritas a mano, con una letra menudita y nerviosa. Este volumen es una edición de la Fundación Pedro Grases, con el patrocinio financiero de la Universidad Metropolitana y del Banco de Venezuela, Grupo Santander. 


El privilegio de tenerle en casa

La formidable obra de Pedro Grases no está sólo en sus escritos. Su copiosa obra impresa tiene el sustento de una investigación cuidadosa y circunstanciada, como pocas veces se ha visto en nuestro país. Pero la investigación, a su vez, en él es consustancial con la docencia. En general, su capacidad de trabajo es asombrosa, y sabe como nadie administrar el tiempo para arrancarle el máximo rendimiento.

Los liceos Fermín Toro y Andrés Bello, el Colegio América, el Instituto Pedagógico Nacional, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Metropolitana, han sido los escenarios donde esa labor docente se ha desarrollado. Y es justo apuntar que Venezuela gozó de un verdadero privilegio al tener en su seno su largo y fructífero magisterio, sobre todo si se tiene en cuenta un episodio de su vida poco conocido, que pone de resalto lo enorme de esa deuda que tenemos con él. En 1946 Grases se hallaba en Washington, en disfrute de una beca de la Fundación Rockefeller para realizar investigaciones sobre Andrés Bello en la biblioteca del Congreso, cuando fue invitado por la Universidad de Harvard como VisitingProfessor de Español. Aunque la tentadora propuesta lo alejaba de su investigación bellista, la aceptó y se fue a Boston, especialmente presionado para que aceptara por los eminentes profesores Lewis Hanke, quien había apadrinado su beca, Amado Alonso y Federico de Onís.

Cumplido su primer contrato, se le ofreció un segundo, que igualmente aceptó, al cabo del cual se le propuso permanecer definitivamente en Harvard como profesor titular, oferta que entonces sí rechazó, para asombro de quienes la hacían, que no comprendían cómo podía rehusarse a quedar como docente en una de las más prestigiosas universidades del mundo, para regresar a un país como Venezuela. Pero así fue. Grases prefirió volver a Caracas y reincorporarse a la docencia en el Instituto Pedagógico y en la recién creada Facultad de Filosofía y Letras (después rebautizada de Humanidades y Educación), de la Universidad Central, al paso que reanudaba también sus investigaciones sobre Bello y, en general, sobre la historia de las ideas en Venezuela.

En lo personal, mi deuda con don Pedro Grases es abrumadora. Cuando llegué al viejo Instituto Pedagógico yo era un muchacho de dieciséis años, que venía de uno de aquellos antiguos colegios federales, entonces más venerable que eficiente, el primero fundado en el país, en 1826, a raíz misma de la independencia. Pero traía ya un vivo interés por el lenguaje, inculcado por mi padre, un herrero de los de antes que escribía versos, y por mi maestro de segundo grado, Daniel Monsalve Mujica, quienes despertaron en mí una incipiente pasión por el idioma y por la literatura. Sobre esa base aún precaria, Grases se empeñó en introducirme en los vericuetos de la gramática y del análisis gramatical, cosa que cada día le he agradecido, y le seguiré agradeciendo infinitamente, hasta el fin de mis días.


© Copyright: Alexis Márquez Rodríguez, 2002.
© Copyright: Biblio 3W, 2002. 
 
Una primera versión de este texto se publicó en El Nacional, Caracas, 5 de octubre de 2002

Ficha bibliográfica

MÁRQUEZ RODRÍGUEZ, A Una deuda impagable; la de Venezuela con Don Pedro Grases.  Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. VII, nº 411, 20 de noviembre de 2002.  http://www.ub.es/geocrit/b3w-411.htm [ISSN 1138-9796]